jueves, 18 de noviembre de 2010

EL ANTEÚLTIMO DINOSAURIO

Las velas del pequeño saurio se mecían suavemente con el cálido viento.
La primera impresión que tuve al verlo fue la de muerte. Pero igual me le acerqué, guiado por una sensación de calma contagiosa. El saurio no descansaba, jadeaba rápidamente como si quisiera gastarlo todo antes de irse. Y eso que no le quedaba mucho. Su vientre estaba hinchado por la herida de una mordida gigante que atraía las moscas.
Luego del ataque imaginé, habría logrado fugar para entregarse a penurias mayores a las de ser comido. El dolor, la fiebre, el miedo, y finalmente la siempre seductora y fatal resignación.
Entre la compasión y la reverencia le hice sombra con mi cuerpo y en cuclillas le convidé un trago del agua de mi botella. El agua la agradeció, ¨Pero solo un sorbo para refrescar esta garganta seca. Más, solo sería un desperdicio con estas tripas pinchadas¨- pareció confiarme con su pálida sonrisa. Lo que no me agradeció fue la sombra y con un suave asentimiento me pidió que me hiciera a un lado. A lo mejor entreveía que en su pronto viaje la sombra no faltaría.
Como todo buen final no se dilató. Y ya, viendo que me sentaba a su lado, con sus poquitas fuerzas, su cola azotó el suelo varias veces suavemente complacido. Permanecí junto a él, aún después de la última y tan sabrosa exhalación. El velamen aún resplandecía en siete colores y ahora si hermoso, calmo y ligero me demostraba que yo había existido.

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